Ya no estás aquí, y el olor de tu perfume rodea mi pituitaria como a una ciudad atrincherada.

Me asomo a la ventana blindada en el mismo instante en que pasas por la acera de enfrente, con tu nuevo universo. Te observo como en lengua extranjera, mientras guardo silencio y aprieto la frente contra el cristal. Golpeo con la mano para intentar que me oigas, que mires hacia arriba, pero tú ya vuelas, sin gravedad que te aferre al suelo, con tu memoria reseteada.

Empujo las paredes acolchadas, intentando derribar el edificio, a cabezazos, a patadas, pero nada de eso resulta.

En ese mismo instante, despegas los pies del hormigón y empiezas a elevarte. Pasas flotando cerca de mi ventana, aunque no reparas en mi presencia. El viento mueve tu cabello violentamente, y puedo atisbar la marca de mis dientes en tu cuello. Ése es todo mi legado…